Simbología: La Puerta de Bronce

Simbología | Hoja 1 | Hojas 2 y 3 | Hoja 4 | Iconografía

Hojas 2 y 3

Las hojas segunda y tercera son soporte de desarrollo del tema eclesial. “La naturaleza de la iglesia se expresa en una triple tarea: anuncio de la Palabra de Dios (kerigma-martyria), celebración de los sacramentos (leiturgia), y servicio de la caridad” (diaconia) (Benedicto XVI, Dios es Amor, 25).


Una especie de friso a media altura contiene la serie de sacramentos, que aparecen al ausentarse Jesús de la escena visible del mundo. Módulo horizontal que ocupa todo el panel 2º y casi todo el 3º, y, en sí, constituirá parte de la definición de la iglesia, “Sacramento general”. Tratados con lenguaje diferente, como enunciados, son resultado de la intervención del mismo Espíritu de Jesús, el que fue emitido al morir en la cruz.


7. Escena VII: El Espíritu y los Sacramentos

El Espíritu es el Señor y dador de vida; se cernía sobre las aguas en la primera creación, habló por los profetas, proporciona la misma vida que Jesús, es “el que lleva a plenitud todo valor y toda belleza” (Ireneo, Mistagogía 2).

La figura multiplicada del Espíritu Santo llena el espacio eclesial y es el que hace la sutura del pequeño Jesús que vivió como uno de tantos y murió, con el Señor, el Kirios que vive por los siglos. El Espíritu enlaza al Hijo de la Virgen, pequeño, vulnerable, mortal, con el Señor de la historia, presente en ella modo sacramental. San León Magno nos ayuda con su fórmula: “Lo que el Espíritu puso en la Virgen lo pasó a los sacramentos”, “dio a la iglesia lo que había dado a su Madre”(Hom VI); así con su presencia solicitada por la comunidad, anima toda la vida de la iglesia. No solamente preside cada sacramento, llenando el centro institucional de la comunidad cristiana, sino que alienta todo lo que es vida. Es “Padre de los pobres” e inspira especialmente el servicio de la caridad. Fomenta el silencio y la actitud contemplativa, aporta discernimiento de valores. Está detrás de los poetas potenciando la visión de lo real y detrás de los artistas ensayando formas.

Escena VII - Sacramento del Bautismo

Escena VII - Sacramento de la Confirmación


Escena VII - Sacramento de la Eucaristía

Escena VII - Sacramento del Matrimonio


Confesado e indefinible, tiene el aspecto identificable por la cabeza de paloma y alusión a alas y, a la vez, un imperceptible alboroto dinámico que significa la presencia de vida en todo el cuerpo eclesial. El Espíritu hace una labor personal profunda, continuación de la labor que el Verbo hizo con la promoción de la naturaleza.

La figuración de los sacramentos señala, mediante incisión lineal, una anatomía, expresiva y simple, de salud y dignidad  reconquistada para el hombre por la fuerza de los sacramentos; la gracia del sacramento era para los Padres “fármaco de inmortalidad”, con la que se logra la “metástasis” de vida. La fuerza plástica no se encomienda a cada sacramento sino al conjunto de los siete que se afirma como central junto con el Espíritu, concreto y difuso, presente e imperceptible. Queda contrastada la textura del que es el Espíritu, libre y Señor de vida y lo que es sacramento, institución, esquemático y perfilado con rigor. Así la tensión permanente en la iglesia de carisma (Espíritu) e institución (sacramento).



8. Escena VIII: El culto

Por encima del friso del Espíritu, se desarrollan dos elementos: en la hoja de la izquierda el culto con unos bloques musicales, de trompetas, bongos, contrabajo, arpa, órgano, cantores masculinos y femeninos. Cantan un cántico nuevo “La cítara [con la que cantan (Ap 5,9) es] una cuerda tensa sobre la madera, significa la carne de Cristo unida a la pasión” (Cesáreo de Arlés, Coment al Ap, CN, Madrid 1994, p. 51).

El primer gesto de la fe es la admiración que adora y alaba: “Nuestro Dios merece una alabanza armoniosa" (Cf. Sal 26,12; 66). Y la comunidad creyente anudó en un mismo haz la misión que anuncia la buena nueva hasta los confines de la tierra, y la alabanza que, desde los confines, llega al cielo. “Los cielos cantan la gloria de Dios, el firmamento proclama la obra de sus manos, el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra” (Sal 19).

Y cantan el cántico nuevo que es Jesucristo: Verbo imperceptible; Verbo encarnado, Emmanuel o Dios entre nosotros; Maldito, "sin parecer ni hermosura" (Is 53,2), Señor Resucitado.

Si el Verbo es silencio, Jesús es insilenciable porque ha aparecido en forma perceptible, como apareció la Ley; pero con más prestancia que la Ley y su expresión sagrada: el shema “escucha Israel”; pues Jesús es la proto-Palabra, el Logos que viene ya musicado, la "cítara sonora y dulce en donde estaba y está impresa la música del Padre, la sabiduría toda de Dios..., con el cántico de las bienaventuranzas" San Pablo invita a “tened en vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo” (Fil 2,6-11). Esta realidad grandiosa que supone poseer el parecido, la “semejanza” con Cristo, se activa en la liturgia. Al sentir del Padre se llega con en el sentir de Cristo, y al de Cristo, en unanimidad con los mediadores, los obispos.

"Vuestro presbiterio venerable está armoniosamente concertado con su obispo, como las cuerdas de la cítara; así en el acorde de vuestros sentimientos y la armonía de vuestra caridad, Jesucristo es cantado. Que cada uno de vosotros entre en este coro, a fin de que la armonía de vuestro acorde, tomando el tono de Dios en la unidad, cantéis a una sola voz por Jesucristo al Padre".

La primera figura de la izquierda, en la parte baja, es la de un punki, marginal del propio laicado y antípoda de lo jerárquico.


9. Escena IX: La caridad

En la hoja de la derecha la caridad que se inicia con la acogida. Una figura humana con gesto de apertura, redoblada por una puerta abierta, y otra figura humana que llega, peregrino y necesitado. Ésta tiene el perfil duplicado para expresar el misterio: “Lo que hagáis con uno de éstos, conmigo lo hacéis” (Mt 25,40).

Sigue la caridad desarrollada en una escena con la asistencia médica: dos personas soportan el cuerpo de otra a quien acuestan, a su lado una persona en cama, es visitada por un médico; la caridad se cierra con una escena de hambre-riqueza.

El hambre no se puede citar en la fe sino como pecado, como desorden y mal reparto de recursos, lo que se expresa en los dos pisos del módulo: la parte baja es la de asistencia al dar de comer a dos niños; y la de reflejar a tres figuras famélicas, postradas, desnutridas y con el vientre vaciado; la parte superior, en cambio habla de figuras gordas, con el carro de la compra lleno, un árbol ubérrimo capaz de ser alimento de muchos, pero sometido a reservas y acotaciones que dejen fuera del convite a otros sectores del mundo.



10. Escena X: El laicado

Debajo del friso de los sacramentos. Se desarrollan los elementos de la consagración del mundo, competencia del laico.

De la escena del Bautismo se desprende, como vehiculada por la corriente del agua, la triple categoría que define la nueva criatura, el bautizado, como “sacerdote-mano-oferente, profeta-rostro-palabra, rey-corona”. Se destaca porque los elementos figurativos de la iglesia van a desarrollar aspectos que se originan en la novedad cristiana y sacramental, sobre todo la capacitación para el culto y la consagración del mundo en la condición laical:

La figura del laico. Desde la categoría personal del laico: sacerdote, profeta, rey, que se adquiere en el bautismo, se desarrolla una consagración no ritual, sino profesional, existencial, mediante la conducta humana, la convivencia, la perfección del orden racional, la promoción de los valores humanos, de la verdad, la veracidad, la laboriosidad.

Los tres pequeños signos derivados del Bautismo: rostro-palabra, mano oferente, corona regia (profetismo, sacerdocio, realeza), recaen sobre una pareja, señalando la capacitación para responder del mundo. Esas atribuciones constituyen el punto de nobleza cristiana que Pedro reconoce como “Pueblo de reyes, asamblea santa, pueblo sacerdotal”, o lo equivalente desde otra traducción “linaje escogido, pueblo sacerdotal, nación consagrada” (1Pe 2,9). Deriva de la vida de Cristo, modo orgánico, de forma que se afirma “El que consagra y los consagrados son del mismo linaje” (Hb 2,10). Y Pío XII pudo hablar del “Orden sacerdotal del laicado”, y el Concilio actualiza esta teología: “Los bautizados son consagrados como sacerdocio santo” (Vat II).

Antes de desarrollar la referencia social o el repertorio de aspectos, queda señalada la condición simbólica nupcial de Esposo y esposa, desde la que significan el “gran misterio, es decir a Cristo y a la iglesia” (Ef 4). En el anillo del hombre y los collares-pulseras de la mujer, no se muestra solamente un detalle tópico de lujo o un estándar de moda irrelevante, sino la especial dignidad recibida en el bautismo, y más en concreto la categoría nupcial.

Y esa pareja, así revestida de gloria, genera y resume el cometido laical de una presencia responsable del mundo, pues “es propio y peculiar de los laicos su carácter secular”, que busca “el Reino de Dios por la gestión y ordenación según Dios de las cosas temporales” (LG 31). El laico considera, desde la fe, todo el campo creado humano, reconociendo la autonomía de todo lo temporal (GS). “Conduce a la santificación de todas las condiciones humanas”. Y su escenario específico no es el altar sino el universo mundo. La mística del laico es la dimensión profunda de la vida cotidiana. En la creación había sido dotado de libertad y se le dio vocación de dominio sobre el mundo; así lo expresa Dámaso Alonso: “con mi libertad, creando, le prolongo a mi Dios su fértil sueño” (Cuatro sonetos a la libertad).

Desde la pareja, erigida en emblema, se desprende una selección de núcleos que verifican su papel, deletreando y concretando las funciones seleccionadas en la iconografía: el de un frontis y hemiciclo de parlamento, pues si desde el Verbo se fundó el mundo creado, lo humano se inaugura con la palabra, y donde no hay palabra hay inhumanidad; sigue el trabajo físico de herreros; los logros ejemplificados en la micro-técnica de la computadora, o en la macro-exploración espacial, lanzamiento de un cohete; un cúmulo de elementos, pistas, puentes permiten pensar en la complejidad de una ciudad; y se cierra la selección con otra obra de altos grados de humanidad, el acuerdo de paz encarnado en un abrazo, plausible mediante una figura que lo reconoce. Pero todo tiene un centro de atención y una dirección de los esfuerzos humanos: la vida, representada en una figura fetal que el propio Espíritu atiende con predilección.

Debajo de la pareja-emblema se halla el signo de la justicia, una balanza esquemática, y a sus pies, una tela mal doblada y en desorden que alude al estado de la justicia humana: “nuestra justicia, paño manchado” ( Is 64).
Este repertorio de lo laical es nuevo en la iconografía, y esto expresa la fecundidad de una fe dinámica y la apertura de una tradición atenta a la evolución de los tiempos que crece y llega, de la mano del Espíritu, y enriqueciéndose, hasta la verdad completa.


Laicado

La Virgen entrega el rosario


11. Escena XI: La Virgen entrega el Santo Rosario a Santo Domingo e hijos

En el panel de la hoja tercera, a la altura del tema del laicado, se representa el misterio de la oración, necesidad de todos. Se trata de la oración privada, tan necesaria, “orad siempre” y tan difícil: “no sabemos orar pero el Espíritu ruega por nosotros con gemidos inefables”. El método del Rosario facilita lo difícil. Unidad en cuyo centro la Virgen con el Niño, coronados, entregan el Rosario a Santo Domingo y sus frailes, lo rezan las contemplativas desde su clausura, lo medita el pueblo compuesto de mujeres y niños. Tres hombres en actitud grave, con aspecto de actualidad, quieren recordar que el Rosario mantiene interés antropológico en todos los tiempos, pues, en contenido, no es distinto del evangelio. Santo Domingo tiene sobre la cabeza una estrella y en su hábito una orla de pequeñas estrellas recorren el borde del escapulario y de la capa.


12. Escena XII: La santificación del deporte y de la fiesta

Bajo el módulo del Rosario, se representa la fiesta humana que, propia y literalmente pertenece a la organización de la vida, y por tanto recae sobre la responsabilidad del laicado; la fiesta supone un presentimiento del estado feliz, escatológico. Así la actividad lúdica queda entre la existencia y la vida bienaventurada, como referencia profética. Esto queda señalado por tres referencias locales: el juego de pelota, el ciclismo, el encierro de los toros.